La Historia del Loco

Desde que me vine a vivir a este pueblo, no he parado de tener la misma pesadilla una y otra vez. Me perturba tanto su presencia… Tiene algo planeado, lo sé. Así que, he dejado de dormir. Todas las noches le observo. Aquel viejo no me gusta ni un pelo. Su mirada vacía consigue helarme la sangre. Por tanto, espero a oírlo roncar, cojo una silla y ahí me quedo, mirando la puerta cerrada y esperando a que ese mal se desate y venga a por mí.

Mi vista se ha hecho a la oscuridad, ni siquiera nota cuando hay luz y cuando no. Sus ojos seguro que también. Sé que está sentado en su cama, mirándome a través de la puerta tan fijamente, como si quisiese echarme un mal de ojo. ¿Será capaz?, seguro que sí, tiene el diablo dentro, no me cabe duda.

Pronto llegará el momento de verlo arrastrándose por el suelo mientras se acerca hacia mí. De él saldrá una respiración angustiosa, como si perteneciese a lo más profundo de su cuerpo. Sus ojos se teñirán de negro; sus dedos serán deformes, como si alguien le hubiese roto cada uno de los huesos; y su cara… En su cara estará derramada mi sangre.

No quiero esperar a que sea él quien dé el primer paso. Por tanto, no lo pienso dos veces y hago girar el picaporte lo más suave que puedo.

Ahí está, tumbado y dormido como si de verdad fuese un pobre señor mayor indefenso. En la mesita consigo ver un marco, pero no distingo qué es lo que aparece en él, así que me acerco todo lo que puedo. Por fin alcanzo a ver a tres niños pequeños. Recuerdo haber preguntado por ellos alguna vez, pero siempre decía que no quería hablar de aquellos frutos de la aberración. ¡Viejo cascarrabias! Dejo la foto en su sitio y me doy media vuelta.

– ¿Estoy loco? ¿De verdad crees que este pobre anciano lo está? -Se ríe. Su voz y su risa suenan tal y como me las imaginé: ronca y diabólica.

Está tumbado, con los ojos abiertos y una sonrisa más grande de lo normal. Cojo el cuchillo que usé en la cena, el cual llevaba guardado en el bolsillo y me dirijo hacia él: primero irán sus ojos, para que el demonio no pueda verme. Después su garganta, así no podrá desearme ningún mal. Sus pies y manos serán los siguientes, no permitiré que escape. Por último, acabaré con su vida.

Mientras, recito la oración que me he repetido tantas veces desde que llegué a esta casa tan parecida al infierno:

«Quite el fuego que tenga en su cabeza,

en su estómago, en su garganta,

en sus ojos, en su espalda, en sus coyunturas.

Haga por bien de quitar y votar al fondo del mar,

de donde a mí, ni a otra criatura le haga mal».

Cuando observo en mis manos sus ojos, los aprieto con fuerza hasta que revientan.

-No me harás daño…

Pasan un par de días hasta que alguien nota nuestra ausencia y decide llamar a la policía. Cuando llegan a la casa, hablan de dos cuerpos: uno descuartizado y otro con un corte en el cuello, un suicidio. Estoy aquí sentado, observando cada uno de sus movimientos. No me ven, me ignoran. Me tratan como si yo fuese el loco y no paran de repetir que me escapé de ese estúpido psiquiátrico.

El resto te lo cuento si te giras. Tranquilo, yo te cuidaré del mal.


Mi nombre es Lorena García. Nací en España, más concretamente en un pueblo de Castilla-La Mancha, el 29 de diciembre de 1998.

Desde pequeña me ha gustado escribir, era una vía de escape. Las palabras expresaban exactamente lo que pensaba y me servía como un desahogo.

Hace años escribí junto a una amiga una novela a través de Internet. Actualmente, escribo relatos y tengo entre manos un libro. Si quieren saber más pueden seguirme en Instagram: @lorena.g98 ¡Les espero!

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