Innominadas: un viaje al País del Nunca Jamás (2da parte)

-Tenía 17 años… ¡17 años!… Era delgada y esbelta, con mi cabello lacio y negro que caía más allá de la cintura, pesado y vivo, bien cuidado -recordó, y mientras hablaba sus manos se deslizaban por su cabeza hacia su cintura acompañando sus palabras-. Mi mamita solía comprarme cremas porque temía que mi piel se estriase o que el sol pudiese hacerme mal: consecuencias de ser hija mestiza ¿vió? Ojos claros, pelo negro, piel blanca… Muy ‘europea’ para la zona en la que había nacido. Otra razón para pensar que yo estaba más cerca de ser como esas grandes bailarinas de las fotos de las revistas que como las indias ajadas que andaban en pata por ahí trabajando como mucamas… Era una muñeca con mi cabello cuidado y mi talle pequeño. Quién lo diría ahora… ¿no? -preguntó con una mueca de desagrado.

-El auto entró por un garage de aspecto extraño y luego la entrada se cerró. La puerta del auto se abrió. Bajé y… El lugar no encajaba con nada de lo que esperaba encontrar… En mis fantasías todo lo había soñado brillante, hermoso, cálido, agradable, lujoso incluso, pero el sitio en donde estaba no contaba con ninguna de esas características: se veía lúgubre, con la pintura desconchada y mal iluminado; no sólo no parecía un hotel de lujo sino que ¡ni siquiera se asemejaba a uno de una estrella! ¡Parecía un burdel! Recuerdo que en el anuncio y en las consultas que les había hecho por carta afirmaban y reafirmaban que era un lugar prestigioso pero… eso donde estaba… eso… no podía ser. ¡No podía ser el lugar correcto! Me di vuelta y le pregunté al hombre a dónde me había llevado y él me respondió con absoluta convicción ‘a su destino’, luego me cogió del brazo y me empezó a llevar en andas hacia la puerta, medio empujándome, mientras con la otra mano llevaba mi valija. Algo en mi me decía que las cosas no estaban bien pero al mismo tiempo me repetía una y otra vez ‘no es nada… Debe ser un error. Se debe haber equivocado’.

-Entramos por una puerta mal pintada que tenía demasiadas trabas de seguridad y pasamos a una recepción. ‘Costa, la nueva’, dijo el hombre en tono seco, hosco, a la recepcionista. ‘¿La nueva?’, repetí sin entender a qué se refería con ‘nueva’. La mujer anotó algo y pasó de mi como si no existiese o si fuese una cosa más, como otra valija; hizo sonar un timbre. Momentos después apareció una mujerona corpulenta con aspecto feroz. Al verla recuerdo que me dio escalosfríos, como una descarga eléctrica de esas que te dan cuando ves a un perro a punto de atacarte; algo en su mirada resultaba aterrador, quizás porque sus ojos no reflejaban alma alguna aunque por su aspecto bien podría haber pasado por una comadrona amigable.

Se pasó las manos por los brazos arriba y abajo un par de veces como si tuviese frío aún cuando hacía calor en el lugar en que estábamos, con el sol entrando por la ventana distante. Sus manos arrugadas llevaban las marcas de una vida que no había sido todo lo que ella había soñado para sí; sus brazos aún guardaban bajo muñequeras y pulseras los rastros de cortes y pinchazos. ¿Cuántos temores, recuerdos, pasiones y sufrimientos se ocultaban realmente tras esos ojos claros? ¿Cuántos dolores le habían quedado grabados en la piel por dentro y por fuera?

-La ‘comadrona’ le hizo un gesto al hombre para que dejase mis cosas en algún lado que no supe precisar y me cogió del otro brazo. ‘Vamos’, me ordenó. No entendía nada: mi cabeza parecía debatirse entre descubrir si estaba en una pesadilla, si se habían equivocado, o si era real. Estaba como aterrada, o pasmada, no sé. No reaccionaba… hasta que en ese momento cuando me agarró la mujer y me hizo doler el brazo algo en mí se disparó… ‘¡Espere!´, recuerdo haberle dicho, ‘Esto es un error, no pienso quedarme acá, no puede ser el lugar en donde reservé. Por favor, hágame el favor de soltarme que me voy de acá’. -‘Esto es lo que reservaste, querida. Cerrá el pico y caminá que ahora te voy a mostrar dónde vas a dormir. Más te vale que te calles y camines porque si no la vas a ligar’. -‘¿Ligar? ¿De qué está hablando? ¡Suélteme! Quiero irme. ¡Suélteme!’, le dije ya gritando, pero la mujer me retorció el brazo y me empezó a empujar más fuerte. Traté de zafarme, de clavar los pies en el suelo, pero parecía que no había nadie o que las pocas personas que habían preferían voltear la mirada hacia un costado con tal de simular que no sabían lo que estaba pasando. ‘¡Por favor, que alguien me ayude!’, gritaba cada vez más fuerte, ‘¡Suélteme, esto es un error, mi familia me está esperando, suélteme!’, le dije. Pero la mujer hacía caso omiso de mis palabras. -‘Agarrala de una vez del otro lado y ayudame a llevarla, ¿querés?’, le dijo en tono autoritario al hombre que soltó la valija y me sujetó con ambas manos del otro brazo para luego empezar entre los dos a forcejear y arrastrarme hacia lo que iba a ser mi cuarto. Finalmente lograron meterme en una habitación y creo que fue la mujer la que me golpeó tan fuerte que me desmayé. Sé que caí en el piso junto a la puerta porque ahí fue donde estaba cuando me desperté. Si la entrada del lugar parecía lúgubre y patética el cuarto en el que estaba resultaba tan asquerosamente aterrador en su desolación que no tendría palabras para expresarlo… Había una cama con las sábanas medio agujereadas, una jofaina sobre una mesa baja, unas toallas que se notaba habían sido lavadas con lejía en demasiadas oportunidades…

Su frente comenzó a perlarse de sudor a medida que los recuerdos empezaban a aflorar. Sus ojos se movían inquietos por momentos como si su mente se debatiese entre recordar y no hacerlo. Le ofrecí un pañuelo. Se secó el sudor y continuó hablando, cada vez con más esfuerzo.

-Recuerdo haber golpeado la puerta varias veces, gritando, pero no obtuve respuesta. Traté de asomarme al ventanuco que había en una de las paredes pero tenía barrotes y estaba demasiado alto. Ni aún con una silla podría haber llegado hasta ahí. Las horas pasaron más lentas que nunca antes en toda mi vida… Finalmente en algún momento me quedé dormida por la angustia, el miedo y el agotamiento. Dormí poco y lleno de pesadillas. Recuerdo haber intercalado horas de sueño y horas en las que gritaba sin parar y sin resultado alguno; haberme lastimado las manos…; haber pensado que no tendría que haber salido de casa, que tendría que haberle dicho a mi madre en dónde iba a estar, que al fin de cuentas ella tenía razón…

-A la mañana siguiente, todavía estaba junto a la puerta, medio arrodillada de costado. Escuché las llaves destrabando la cerradura y pensé que seguramente habían llegado a la conclusión de que todo era un error y habían venido a buscarme, pero no fue así. La misma mujer que me había encerrado la noche anterior se apersonó con un plato con algo que parecía alguna especie de… potaje de aspecto asqueroso, y un poco de agua. Le dije que tenía que ser un error y que por favor me liberase. Volvió a reiterar la amenaza del día anterior. Le dije que no pensaba comer nada, que si no me dejaba salir me iba a matar por hambre, y me dijo que hiciera lo que quisiera pero que irme no me iba a ir. Traté de tirarle el potaje encima y escaparme pero lo único que logré fue acabar siendo golpeada nuevamente… con aún mayor dureza. Esta marca es de esa época… -me dijo, después, mostrándome una cicatriz que tenía junto al ojo izquierdo.

-Pasaron días. Cada vez me iba debilitando más por la falta de alimento y el confinamiento, la desesperanza y la desesperación. Sabía que no había nadie en Buenos Aires que me estuviese esperando y mi familia no debía tener idea de dónde estaba, después de todo me había escapado a hurtadillas. Estaba segura que mi padre no iba a buscarne… y tampoco iba a dejar que mi madre lo hiciera. Con suerte quizás los del Colón podrían haberme estado esperando, si es que no había sido mentira también, pero tampoco iban a reportarme como desaparecida ni iban a hacer nada por mi; a lo sumo creerían que había cambiado de opinión con respecto a asistir.

-Fui adelgazando más y más, hasta que ya no tuve fuerzas para defenderme ni para seguir gritando, ni para nada. Finalmente, cuando ya estaba entregada a la muerte o a mi destino, la mujer entró con alguien que tenía aspecto de médico. ‘Por favor, ayúdeme’, recuerdo haberle susurrado, en un último intento, al hombre cuando nos dejaron a solas- `he venido para una entrevista para bailar y me han traído aquí por error’, insistí, pero parecía hacer caso omiso de mis palabras. Me indicó que me sentara, me dijo que me tranquilizase, que todo estaba bien, que me iba a ayudar… que necesitaba hacerme unos estudios y pronto todo iba a resolverse. Me extrajo sangre, me miró los dientes, comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida, sobre mi salud, sobre mis enfermedades previas, y luego me auscultó ginecológicamente… casi con demasiado interés… Una vez terminado, anotó todo en una planilla, se acercó a la puerta, golpeó un par de veces y la mujer entró nuevamente. Pude escuchar algo así como ‘limpia’ o ‘intacta’ o similar, y algo sobre que tenía que hacerme comer. Luego volvieron a cerrar la puerta y aunque quería conservar la esperanza de que iba a salvarme, algo en mí me dijo que no iba a ocurrir… y no ocurrió.

-Nadie fue a mi rescate. No me miraban siquiera, ni las pocas personas que entraban al cuarto a cambiar las sábanas o que me empezaron a forzar para que coma (incluso a metiéndome sondas) me veían a los ojos. Era como si yo no existiese, como si no fuese una persona.

-Los días se volvieron monótonos… y grises. Ya no existía color en mi vida y mi mundo no sólo no era vasto y hermoso como esperaba sino que había acabado circunscribiéndose a ese cuarto. Semanas (creo) después, de alguna forma llegaron a la conclusión de que estaba ‘a punto’ (supongo que porque no estaba muerta) y me trasladaron a otro lugar. Ahí supe que había más chicas en la misma situación, algunas en mejor y otras en peor estado que yo. No tengo idea de a dónde nos llevaron porque nos metieron de noche en la parte de atrás de una camioneta, dentro mismo del hotel. Y sé que nos cambiaron de lugar porque el sitio que llegamos era parecido pero no igual. Pasamos hambre y sed en ese viaje, hacinadas. Tiempo después me di cuenta que nos habían llevado al Sur, o alguien me lo dijo, ya no lo sé. Como sea, acabamos en otro hotelucho, pero esta vez ya no sólo como víctimas de un inexplicable confinamiento, sino como carne para los prostíbulos. Claro que en el primer momento no lo supe, lo descubrí después… cuando llegó el momento de que dejase de estar ‘intacta’…

-Hay hombres que pagan mucho por robarle a una mujer su virginidad ¿sabe? Incluso hay algunos que pagan específicamente para hacérselo a niñitas pequeñas… En esa época no sabía nada de eso, pero me hicieron aprender ¿vió? Una noche entre la comida había algo, drogas supongo, que me dejaron más mareada que de costumbre y quedé en una especie de somnolencia estupidizante. Abrieron la puerta, escuché voces y luego alguien entró en mi cuarto. Un hombre. Sé que me habló, que empezó a tocarme… Finalmente me rasgó al ropa y se metió en mí desgarrándome por dentro. Quería defenderme, alejarlo, pero no podía, no tenía fuerza ni control sobre mi cuerpo. Hubiese querido gritar pero ni la voz llegaba a salirme y el quejido lamentable que podía hacer fue apagado por su mano sobre mi boca mientras se removía como un perro adentro y afuera encima mío. Aún recuerdo la sensación de dolor, de asco, su aliento repugnante a alcohol sobre mi cara. Ya no habría primer beso esperándome en los labios de algún flamante caballero, ni amores robados entre bambalinas en alguna presentación del teatro… ya no habría sueños dulces ni cielos estrellados… en mi mundo la poesía era sólo un jadeo que surgía de la garganta reseca de alguien que había tenido el bolsillo lleno y el pecho vacío.

-Sé que acabó en algún lado (no sé si adentro) porque sentí el líquido espeso mojándome la entrepierna. Recuerdo haber estado lastimada hasta días después, me ardía de sólo tocarme. Además, me quedaron marcas en el cuello y la cara por los golpes… -dijo, y su voz sonaba cargada de vergüenza.

-En algún momento debo haberme levantado y lavado con el agua de la jofaina… Después supe que para eso estaba en realidad: no para lavarnos la cara justamente. Recuerdo haber visto las sábanas manchadas de sangre… y sentir vergüenza… y asco: por él, por mi. Y culpa: después de todo yo me había metido en esa situación al haberme decidido a venir a Buenos Aires sola. Parecía que había pasado una eternidad y tan sólo habían sido semanas, meses quizás, desde el momento en que me había subido a ese tren. Me quería morir… pensaba que ya nada podía ser peor que eso… pero nuevamente estaba equivocada, porque ahí no había terminado mi pesadilla.

-Esa fue la primera pero no la última noche en que pasó lo mismo. Estaba viva, sí, pero estaba muerta al mismo tiempo. Llegó un momento en que dejaron de tenernos recluidas por separado y nos dejaban hablar con las otras, siempre vigiladas… pero igual no había nada que decir.

-Nos daban pastillas con las comidas. ‘Vitaminas’, le decían al principio. Después simplemente no decían nada pero se aseguraban de que las tomásemos. A algunas les daban alcohol también. Finalmente todas acabábamos pidiendo o aceptando sin chistar lo uno, lo otro o ambos para poder aguantar el ritmo, para olvidar las proezas de la noche anterior con tantos que ya no sabíamos contar. Había ‘invitados’ que eran gentiles… ¿vió?, más la mayoría no y tampoco les importaba serlo. Mejor que supiésemos fingir y hasta que estuviésemos mojadas, o si no encima venían los golpes de la madama o del propio tipo que teníamos en el cuarto… Una vez en la habitación más valía hacer lo que me dijeran… No tiene idea de la clase de cosas que pueden ser capaces de pedir… realmente no la tiene, señorita, y espero que jamás la llegue a tener… -me dijo, mirándome ahora directamente a los ojos.

-La depravación no tiene límites… A veces entraba uno, a veces eran varios. Llega un punto en que una está tan drogada y tan muerta que da igual lo que te pidan con tal de no caer en el dolor, de no pensar porque sabés que en el momento en que lo hagas vas a descubrir que toda tu vida se fue al infierno y ni siquiera estás segura de porqué, o cómo fue que llegaste a eso, o cómo podrías salir. Esto… ¿ve…? -me dijo haciendo alusión a algunas de las marcas de pinchazos que tenía todavía en los brazos- esto… al principio no quería pero pasó que después las pastillas solas no servían, no callaban la culpa, ni la necesidad de hacer algo para callar lo que no podía hacer, para no sentirme cobarde, sucia, herida, culpable… Quería morirme del todo pero tampoco podía, ni siquiera era dueña de mi propia muerte -me dijo, con una mezcla entre pena, asco y dureza en la mirada.

-Cada tanto nos cambiaban de lugar… Nos iban rotando para que los clientes no se encariñasen, para que no establezcamos lazos con nadie y para que no pudiésemos conocernos entre nosotras tampoco.

-Con el tiempo una se olvida hasta de cómo se llama, ¿sabe? Te ponen apodos… y te acostumbrás a usarlos, o pretendés al menos hacerlo porque estás demasiado manchada y no querés ensuciar tu nombre, ya que es de otra época, el único resabio que te queda de esa otra vida que ya no existe en la que no estabas sucia por dentro y por fuera…

-Un día quedé embarazada… Fue extraño no saber que lo estaba… pero sí, lo estuve. Irónicamente nos dejaban parir por varias razones: a los tipos también les gusta pagar para tener sexo con mujeres preñadas y encima es una forma de atarnos, porque una vez que tenés un hijo ya no podés o no querés largarte sin tu hijo, y sabés que está en algún lugar pero no terminás de saber dónde y a veces te lo dejan ver, y a veces no, y vivís esperando el minuto en que te dejen hacerlo… volver a sentirlo en tus brazos… A veces los venden, además, para las parejas que no tienen o por los órganos… A uno de mis bebés lo perdí. Yo… yo… lo perdí… -me dijo, desviando la mirada.

– ‘¿Durante el embarazo?’ -le pregunté.

-No… yo… lo perdí… Era un bebé hermoso ¿sabe?… Pude verlo, un momento… Pero a mi hija no, no… -repetía sin poder terminar la frase-, no la desaparecieron… No sé quién es el padre. Mentiría si dijese lo contrario. Pero ahora está con una de mis tías. Logré que la cuide, quería que estuviese a salvo ¿vió? no quería que le pase lo mismo que a mi, así que les mando plata y me aseguro de que no vaya a venir para acá.

-Resulta curioso cómo lo que uno no haría por uno acaba haciéndolo por los hijos ¿sabe? -me dijo, mirándome-. Ya estaba perdida… no hubiese hecho nada por mi porque estaba resignada a esa vida, pensaba que me lo merecía, me decían que me lo merecía y que no servía para nada más y con el tiempo uno se lo llega a creer… Lo máximo que llegué a bailar fue en uno de los prostíbulos… Ja. Fama y gloria, qué ilusa… Pero escuché un día por accidente que iban a ‘iniciar’ a las nenas, y no pude… yo… simplemente no pude aceptar eso. Fue más fuerte que yo. Por primera vez en años sentí que no podía dejar las cosas como estaban: una cosa era que usaran mi cuerpo como se les diese la gana pero que a mi niña fuesen a hacerle lo mismo… y tan chiquita y frágil como se veía… tan bonita… yo… no… no podía aceptarlo. Así que un día me escapé. Maté a alguien en el proceso, es cierto, y no puedo decir que no fuese a consciencia, pero lo hice pensando en mi hija. Por salvarla.

-Un hombre de un comercio cercano me refugió. Obviamente, todos estaban arreglados en la zona, pero supongo que él no, o quizás no le dio para mirar a un lado y dejar que me arrastrasen de nuevo adentro. Aún hoy le estoy agradecida… que Dios lo ayude. Nos dio de comer, nos consiguió ropa y finalmente me dio una mano para comprar los pasajes e irme a Salta de nuevo.

-Al llegar supe que mi mamita había muerto de tristeza. Me quería buscar ¿sabe? Mi padre en cambio me cerró la puerta en la cara: me culpaba de la muerte de mi madre y de haberlo deshonrado. Finalmente una tía me acogió, me ayudó con la nena…

-¿Y cómo fue que acabó acá, si había logrado escaparse y volver? -le pregunté.

-De alguna forma la justicia me encontró. No se llevaron a mi nena, por suerte, pero me procesaron por homicidio. A los que me secuestraron no les pasó nada, no tienen siquiera una causa, pero yo llevo más de 20 años acá. ¿Irónico, verdad?

-He pasado muchos años dándole vueltas a las cosas. Durante muchos años pensé que era mi culpa, que me había merecido lo que me pasó (incluso esto) por estúpida pero ¿sabe? después de todo ya no estoy segura, porque nadie tendría por qué haberme raptado, y no tendrían porqué haberme violado ni drogado ni prostituído, ni tendrían por qué haberse llevado a mi bebé. No tenían derecho. No tienen derecho. No tendría porqué pasar, no tendría que seguir pasando. Solo espero, sinceramente, que alguna vez exista la justicia y las cosas cambien, que corten de raíz la putrefacción del sistema que lo está carcomiendo por dentro y que dejen de tratarnos como mercancía. Ahora escucho en las noticias que dicen ‘ah, a las mujeres que se prostituyen le gusta hacerlo’, ¡que me lo vengan a preguntar a mí si me gustaba!… Quizás alguna haya que sí, pero hay muchas que no y nadie habla de ello. Ojalá llegue algún día en que todo cambie o, al menos, en el que eso deje de pasar.


Carla Lincevich es una bibliófila. Desde chica amó los libros y la literatura. En sus propias palabras: “los libros se fueron convirtiendo en un puente a la reflexión y la fantasía. Marcaron toda mi vida. Han sido los generadores de afinidades con otras personas y, curiosamente (o no tanto), a través de esas afinidades literarias, encontré el amor. Los libros han sido el remanso donde descansar mi alocada cabeza y el vaso de agua para mi mente con sed. En cierta forma, como sucede con el hilo de Jane que se une al de Ender en Los hijos de la mente, el hilo de las tramas de los libros terminó uniéndose a los hilos de mi esencia”.

A los 16 obtuvo el tercer puesto en el concurso “Ricardo Rojas” por su improvisación “Memorias”; en el 2011, el primer puesto por su improvisación “Aquellas que no se ven” en el concurso organizado por la revista digital y taller literario Forjadores.net; y en el 2016, fue invitada a publicar uno de sus cuentos (“Mamá”) en el libro Yo, Lector, de la Lic. Prof. Silvia Mateo.

Ha sido ayudante de cátedra en los talleres de Expresión Oral y Escrita I y II de los profesorados de Biología e Historia del Instituto Superior del Profesorado “Joaquín V. González” y fue la impulsora de la creación de la sección de Narrativa Libre, que actualmente coordina, en el diario digital Terminal de Noticias, del cual es editora general.

Foto y redacción: Carla Lincevich.

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