Crónica inexplicable de un hospital

Francisca ese día estaba extraña, no se encontraba bien, se miró al espejo del cuarto de baño del estar de enfermería y se vio las ojeras de haber pasado maña noche.

Tenía 55 años pero aparentaba muchos menos porque era delgada y tenía unos grandes ojos verdes y un cutis que no encajaba con su edad, pero ese día estaba fatal, a las ojeras se le unía un dolor de estómago y angustia, producto de la juerga que se había corrido con las amigas la noche anterior y que no recordaba casi. Se lavó la cara pensando «a la mierda el maquillaje», y salió del baño.

— ¿Es usted Francisca, la Técnico de Enfermería? — dijo un muchacho que se encontraba justo delante de la puerta.
— Si soy yo, ¿quieres algo?
— Soy el hijo de Antonia, y quería que le diera un mensaje.
— Antonia, ¿te refieres a mi compañera, la otra Técnico de la planta?
— Si, es mi madre.
— Ah, ¡encantada de conocerte! —exclamó Antonia ofreciéndole la mano.
El chico la rechazó.
— Es que necesito que le des un mensaje.
— ¿Y por qué no se lo das tú mismo? Debe estar por aquí.
— No puedo, pero te estaría eternamente agradecido si le das ese recado de mi parte.
— Está bien no te preocupes, se lo diré.
El chico sonrió y se marchó.

Francisca le siguió hacia el pasillo de la planta pero una paciente de mediana edad se interpuso.
— Perdone enfermera.
— Soy una Técnico auxiliar, ¿todavía no se lo ha aprendido doña Juana? Si lleva aquí una semana—, contestó sonriendo.
— Es verdad, perdone Francisca, es que la enfermedad me deja un poco atontada, ¿a veces me pregunto si en vez de cáncer no habré pillado el Covid ese—, respondió sonriendo.
— ¿Necesita algo?— preguntó la Francisca.
— Sí, voy a salir un rato y es posible que mientras venga mi hermana, y si no estoy quisiera que le diera un recado de mi parte.

— ¿Pero a donde va a ir mujer?, si está enferma.
— No se preocupe creo que al médico no le importará.
— Está bien, dígame que quiere que le diga a su hermana.
— Dígale que le hecho de menos, que no debería haberme peleado con ella hace años y que hemos perdido un tiempo precioso de haber pasado juntas.
— Juana entiendo que por su enfermedad quiera hacer las paces con su hermana pero lo que dice es muy personal y debería hacerlo usted personalmente.
— Hágame el favor, dígaselo usted—, dijo la paciente poniendo una cara que reflejaba tanta pena que Francisca asintió.

El teléfono que tenía tras de sí, en el mostrador de la planta, sonó de repente y esta se volvió a cogerlo.
— Diga—, contestó pero nadie dijo nada al otro lado.
Francisca repitio su ruego y colgó al ver que no ocurría nada para despedirse de Antonia, pero cuando se dio la vuelta ya se había ido. «Vaya mañana más rara llevo con tantas peticiones» pensó. Después miró las instrucciones de la Supervisora. Sintió algo o alguien detrás de sí se volvió pero no había nadie.
— Francisca, ¿te acuerdas del paciente quemado?
— ¡Ah! eras tú. ¿Te refieres al que estaba sedado?— contestó al ver a una enfermera.
— Sí, el que mató a su mujer y que luego intentó suicidarse quemándose vivo. Pues ha muerto esta madrugada.
— Vaya que pena—, contestó Francisca.
— ¡Pena! Ha tenido lo que se merecía.
— Si lo digo por eso, debería haber sobrevivido para que cumpliera condena en prisión, morir es fácil y descansas, no sientes nada, pero si hubiera vivido habría pagado algo lo que hizo por matar a su mujer.
— Visto de ese modo tienes razón.
— Bueno voy a ver a los pacientes que tengo asignados esta mañana—, comentó Francisca despidiéndose de la compañera.

Después se fue a la primera habitación que tenía asignada, allí los despojos de un hombre que había sido un reputado profesor universitario que se había alcoholizado, le esperaban en forma de paciente sedado por padecer una fuerte cirrosis. Francisca lo miró y pensó, «Vaya pena de hombre» antes de cambiarle la bolsa de orina. La blanca y luminosa habitación contrastaba con la soledad de aquel hombre al que nadie había acudido a verle en todo el tiempo que llevaba hospitalizado.

El sonido de los aparatos y las gomas de los guantes crujía al coger el receptáculo de orina cuando un ruido los superó, era como un jadeo. Francisca se dio la vuelta pero no vio a nadie y siguió a lo suyo, pero al momento volvió el ruido. Decidió revisar la habitación a ver si localizaba el origen el ruido. Miró por la ventana por si era de fuera y después por la habitación, incluso debajo de la cama, pero no encontró el origen del sonido. Se levantó y puso una expresión de conformismo, cogió la bolsa de orina y fue a abrir la puerta cuando algo la golpeó con tanta fuerza que la hizo tirar al suelo, se dio la vuelta y un hombre con la cara quemada la volvió a golpear.

— Era una guarra, por eso la castigue, debes decírselo, debe quedarle claro—, dijo el quemado, mientras Francisca se cubría la cara. Después el silencio, esta se descubrió y no había nadie, solo el paciente dormido.

— ¿Qué te ha pasado? Preguntó su compañera al verla con la cara blanca y la bolsa de orina en el suelo.— Menos mal que estas bolsas aguantan, que si no, habrías puesto el suelo de la habitación perdido de orines.
— Ha sido un hombre, me ha pegado y se ha caído.
— ¡Un hombre! No he visto a nadie salir de la habitación.
— Te digo que alguien me ha pegado, creo que es el paciente quemado.
— Pero si está muerto, se lo llevaron esta mañana a la morgue.
— ¡Pues está vivo y cabreado!— exclamó Francisca.
— ¿Por qué dices esa tontería?
— Porque me acaba de agredir y se ha largado tan campante.
— ¡Cómo! ¿Estás segura?
— Totalmente, eso de que ha muerto es un bulo, o el capullo se ha hecho pasar por muerto.
— Pero si se lo llevaron esta mañana a la morgue.
— Pues ha debido ser un error, ya te lo he dicho.

— Bueno Francisca cálmate, si quieres nos podemos acercar al depósito a ver.
— Venga en el rato del desayuno bajamos.

La morgue, una habitación en los sótanos del hospital que tenía una puerta al exterior para que los vehículos de las funerarias se llevaran los cuerpos, sólo contenía en ese momento una camilla con una sábana que cubría el cadáver, cuando Francisca abría la puerta.
— Ves ese debe ser—, declaró su compañera.
— Hay que comprobarlo—, dijo ella.
— Uf, yo no soy capaz, mira tú—, contestó la amiga.

Francisca se acercó al cadáver y cogió la sábana; su compañera se tapó la cara para no ver qué sucedía, y esta levantó suavemente el tejido. Ya se veía el pelo del cadáver cuando sintió algo en el brazo y soltó la sábana, entonces miró a su amiga.

— Sé que no quieres mirar pero déjame hacer que necesito comprobar esto.
La Técnico volvió a intentar subir la sábana y esta vez tuvo éxito, al apartarla, la cara sombría de una mujer cadáver apareció ante ellos.
— Ves, ese Hombre no está muerto, te lo dije.
— ¿Entonces dónde está? —preguntó la amiga.

Al decir esto, un ruido surgió del fondo de la habitación, miraron y vieron un biombo con ruedas que se movía. Ambas gritaron y salieron corriendo. No pararon hasta llegar a su planta, al estar de enfermería, allí se sentaron y suspiraron ya más relajadas.
— ¿Qué os pasa? No se puede correr como unas locas por aquí, ya lo saben—, comentó la Supervisora que se encontraba allí sentada revisando documentos.
— Es el paciente quemado, me ha atacado.
— Pero si ha sido «exitus laetae», esta madrugada.
— Eso he dicho yo—, comentó la compañera.
— Por eso hemos bajado a depósito y no estaba muerto, sino detrás de un biombo—, contestó Francisca.
— Pero se da cuenta de las tonterías que está diciendo—, respondió la Supervisora.
— Eso mismo le digo yo, pero ella insiste en que está vivo—, dijo la otra Técnico.
— Pero si has estado conmigo, le has visto detrás del biombo.

— ¿Es verdad que lo han visto? —preguntó la Supervisora preocupada.
— Sí, sí, por eso hemos venido corriendo.
— Bueno, visto, visto, no, solo un biombo que parecía que se movía, pero pensándolo bien creo que ha sido producto de vuestra imaginación.
— No, lo hemos visto, si hasta me ha golpeado en el brazo, y la segunda vez. Además, el único cadáver que hay allí es el de una mujer.
— No deberían haber entrado en esa sala sin permiso expreso y mucho menos haber identificado un cadáver, esperemos que no os hayan visto o tendréis problemas. Por otro lado, llamaré al jefe de celadores para que me diga que ha sido del cadáver de ese hombre.

Tras la llamada la supervisora miró a Francisca. — Me dicen que el cadáver del paciente quemado fue trasladado esta mañana al crematorio. Por lo tanto, no sé que jaleo estáis formando.
— ¡No puede ser! ¡no puede ser!—, repetía sin parar Francisca haciendo aspavientos.
— Cálmese por favor—, le ordenó la Supervisora.
— Tranquilízate Francisca—, le aconsejó su amiga.
— Llama a la psicóloga a que la vea—, comentó la Supervisora.

La amiga se marchó y al poco a la jefa la llamaron y también se fue. Francisca se quedó sola en el estar de enfermería, el ruido típico de una planta hospitalaria, con el ir y venir de sanitarios y familiares la tranquilizó, hasta conseguir relajarse en el sillón en el que estaba, cerró los ojos y trató de olvidar el susto pasado. Pero al momento una conocida voz le gritó en el oído derecho.
— Dile que era una zorra que miraba a todos por eso la maté.

Francisca al oír la voz de quemado habría los ojos y se lo encontró frente a su cara.
— Se lo dirás, ¿verdad? —le gritó.
Francisca trato de salir corriendo pero el quemado la cogió y la arrojó de nuevo al sillón en el que estaba.
— Se lo dirás zorra—, volvió a decir y empezó a golpearla.
Francisca se encogió y puso sus brazos protegiendo su cabeza los golpes continuaron unos instantes hasta que de repente desaparecieron.
— Le pasa algo—, dijo una voz femenina.

Francisca levantó la cabeza con cuidado y vio una mujer morena de pelo largo lacio, llevaba una bata y gafas.
— Soy psicóloga me han llamado de esta planta, ¿le ocurre algo?
— No estoy loca, déjeme en paz—, dijo Francisca y salió corriendo de la habitación.

Fuera otra compañera, Antonia, lloraba amargamente y Francisca se acordó de su hijo y se detuvo.
—Perdona Antonia, llevo una mañana insoportable y se me ha olvidado decirte que tu hijo me dio un recado esta mañana, — comentó sin atender que esta estaba llorando. Antonia dio un grito echándose las manos a la cara.
— ¡Pero qué dices insensata! le increpó la directora.
— ¿Por qué me dice eso? Esta mañana me ha abordado un chico para decirme que era su hijo y que le diera un recado.
— Te estás riendo de mi con lo que tengo—, dijo Antonia sin parar de llorar.
— ¿Pero qué pasa? ¿Qué pasa? —, dijo Francisca desesperada.
— ¿No sabe usted, que acabamos de esterarnos que su hijo a muerto esta mañana en un accidente?— explicó la Supervisora.
— ¡No puede ser! ¡no puede!—, repetía Francisca al escuchar aquello.
— Es usted una inconsciente, mejor márchese a su casa a descansar y mañana vaya al médico de familia para que la ayuden—, ordenó la Supervisora.
— Eso Francisca ve y descansa anda, mañana estarás mejor—, comentó su amiga mientras la abrazaba para consolarla.

Esta se resignó y marchó lentamente con los brazos caídos, de repente un pensamiento le asalto su mente.
— ¿Sabes si Juana, la enferma de cáncer está bien? ¿a visto a su hermana? —preguntó a su compañera.
— ¡Uf! no quisiera responderte a esa pregunta en tu estado.
— ¿Porqué? Por favor respóndeme, necesito saberlo.
Su amiga la miró con una expresión de pena, — también ha muerto, falleció anoche.
Francisca al oír aquello sintió náuseas y ganas de huir. Salió corriendo hasta el rellano de la planta y no espero los ascensores, continuo bajando lo más deprisa que podía las escaleras a pesar de estar en el piso octavo, apartando a todo aquel que se cruzaba en su camino.

Llegó jadeando a final y se paro un momento en la entrada del hospital, y mientras respiraba hondo la sangre bombeada a su cerebro, le devolvió los recuerdos de la noche anterior, de cómo después de una noche de copas con un par de amigas había terminado en su casa. Allí, una de ellas, amante de las historias de fantasmas, había empezado a contar historias de miedo cuando a Francisca se le ocurrió que podían hacer una Ouija. La euforia del momento hizo que aceptarán y siguiendo unas cutres instrucciones de Internet se arrestaron a realizar la sesión, entre risas invocaron a los espíritus, entre risas se rieron de los muertos hasta que se hartaron. Sus amigas se fueron y a duras penas llegó a cama cuando esta empezó a moverse al igual que la lámpara, y objetos de su mesita que cayeron al suelo.

«Un terremoto» pensó antes de caer al suelo desmayada. Francisca en ese momento empezó a escuchar voces y se vio rodeada de personas que le pedían ayuda, cayó entonces al suelo gritando —¡Nooo!— mientras comprendía, que aquellos eran los espectros de los pacientes
muertos.


Francisco Luque, nacido en 1970, es natural de Jaén, aunque desde la infancia ha residido en Granada.
Es licenciado en Farmacia con el grado de Doctor por la Universidad de Granada. Actualmente es Responsable de Formación del Hospital Universitario Virgen de las Nieves, Vocal del Comité de Ética de la Investigación de Granada.
Escribe desde 2008, habiendo publicado en internet algunas de sus obras en la plataforma Google Libros (El hombre que se creyó hijo del sol naciente, y Archivos
inexplicables: el caso del cuerpo desaparecido), en Amazon y Wallpad (Archivos inexplicables: el caso del cuerpo desaparecido), y en la editorial on line Lulu (El
hombre que se creyó hijo del sol naciente, y La niña que quería ser princesa).
El Largo domingo santo” fue su primer manuscrito publicado por una editorial. Fue
presentado en marzo de 2018 y ha recibido buenas críticas, una de ellas publicada en el
Diario de Carlos Paz”, un periódico argentino.

Es miembro fundador del grupo LETRAHERIDOS DE HOSPITALLHH—, grupo literario afincado en Granada compuesto por escritores de novela y poetas, con la finalidad de promover la cultura literaria. En octubre de 2021 ha publicado el libro Primera Antología, promovido por el grupo LHH.

Su último libro publicado ha sido Ultimum Iustus. Triginta Sex, novela fantástica con elementos de misterio, publicado en 2022.

Fue finalista del I Certamen Literario Fundación Juan Carlos Pérez Santamaría 2022 en la categoría de novela, con la obra Aventuras en la tierra del Castillo Rojo.

Autor del guión del mediometraje Cuento de Hospital Inacabado de Produciones Aroisa, pendiente de estreno en 2023.

Se lo puede encontrar en las redes: Facebook, Tik Tok

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