¡Por unos centavos!
Alegres callejuelas plagadas de sol humeante, el alboroto de los niños en las escuelas, risas locas, bullicio, gentío.
Como todas las tardes, los niños regresaban a sus hogares. Eran las cinco, aún faltaban horas para terminar la jornada. Noviembre no daba paso al último mes del año.
Las calles empedradas tenían un no sé qué de las calles de antaño. Era viernes, el último día hábil de la semana, y Buenos Aires no les daba tregua a sus habitantes.
Algunos iban o volvían de sus trabajos o estudios. Para Micaela era un día sin ton ni son, sin glamour ni dicha. El hambre le hacía crujir el estómago, no conseguía trabajo, tenía sus estudios incompletos, eso y la falta de experiencia le jugaban una mala pasada.
Harta de que los hombres la viesen como un juguete sexual y de que ninguno le diera nada, comenzó a cobrar por sexo, por ofrecer sus servicios… Se paraba en una esquina, y allí pasaba horas esperando a un cliente, cuando no salía a deambular.
No conocía mucho el oficio, los hombres lo sabían, y más de uno le quedaba debiendo, o le daba una miseria. Sus jóvenes años le impedían ser profesional, se enamoraba, cobraba menos, hacía gala de sus artes más por hobby que por dinero, este nunca le redituaba.
Trabajaba de lo que comúnmente se llaman “puta”, pero ¿qué mujer nace para ser puta?
Cierto día fue con un cliente a un hotel alojamiento. Ella se disponía a hacer gala de su oficio. Se despojó de su diminuta minifalda y de su top rojo frenético, se hundió en las sábanas blancas, y cuando estaba pronta a tener sexo con el hombre —que tendría unos 40 años, era petiso, algo panzón y medio bizco—, vio que este sacaba de su gamulán un arma blanca que destellaba en sus negras pupilas.
El hombre se llamaba Aníbal, cuyo nombre ella desconocía. Él se alistó para perpetrar el crimen en venganza de su hermano muerto en idénticas condiciones, tiempo atrás. Isaías había sido arquitecto de profesión y había sido asesinado en un lupanar a manos de una mujer de la vida, como llaman a la profesión más antigua del mundo.
Aníbal se abalanzó sobre la muchacha y comenzó propinarle una puñalada tras otra. Cuando ella estaba desangrándose en la habitación, él se fue, la dejó muy malherida.
Micaela creyó que moría, se cubrió como pudo con una sábana y arrastrándose, dejando una estela de sangre a su paso, llegó hasta su cartera, marcó el 911, contó lo ocurrido y se desvaneció.
La trasladaron al hospital más cercano, le hicieron las curaciones y la cuadricularon toda con puntos en los lugares que lo requerían, por suerte las heridas no eran profundas y no le habían tocado ningún órgano vital.
El tiempo transcurrió en el hospitalucho, pasó asistida por los enfermeros y en pleno abandono…, pero al restablecerse, siguió muriendo de hambre.
Ella temía decirles a sus familiares en el exterior cuál era su situación. Por lo que siempre relataba que estaba bien, trabajando en servicio doméstico en el hogar de una señora mayor; ya no podía ejercer como puta, pues había quedado desfigurada y verla causaba impresión.
Comenzó a trabajar con algunos clientes que ya la conocían, por chirolas, y cuando no, mendigaba.
El autor del delito nunca fue hallado: el atacante llevó el arma blanca consigo y no dejó huellas, pues usaba guantes.
Para Micela atrás quedó su Cuba natal. Por suerte pudo contar la historia, muchas no lo consiguen. Hubiese sido un caso de femicidio más por caer en
manos del tirano de turno.
¿Habrá alguna ley o ayuda social que proteja a estas mujeres, planes sociales o de inclusión, más allá de repetirnos hasta el hartazgo que ninguna mujer nace puta? A viva voz gritamos: ¡Ni una menos!
Extracto de la carta orgánica de NI una menos:
Ni una menos nació ante el hartazgo por la violencia machista, que tiene su punto más cruel en el femicidio. Se nombró así, sencillamente, diciendo basta de un modo que a todas y todos conmovió: “ni una menos” es la manera de sentenciar que es inaceptable seguir contando mujeres asesinadas por el hecho de ser mujeres o cuerpos disidentes y para señalar cuál es el objeto de esa violencia.
Esa consigna desbordó las interpelaciones previas del feminismo, desde donde la violencia machista se viene denunciando hace décadas, pero al mismo tiempo, desde la primera marcha del 3 de junio de 2015, la calle y el documento demostraron que la fuerza que se movilizaba era un impulso feminista, se reconociera o no albergado en esa palabra, en su pluralidad de tonos y voces.
(…) Ni Una Menos es un colectivo que reúne a un conjunto de voluntades feministas, pero también es un lema y un movimiento social.
Ese movimiento plural y heterogéneo hizo que en poco tiempo en cada hogar, sumado o no a la lucha en las calles, puedan identificarse pequeñas iniquidades y violencias cotidianas como acciones que agravian las biografías y cercenan la vida en libertad: de poder decir sí o de decir no. Este movimiento quiere permear las bases de la desigualdad, y transformarla.
(…) Crear formas de vida y crear organización feminista, capaz de trabajar desde la heterogeneidad y con el máximo de los respetos a la pluralidad que nos constituye. Eso implica
el respeto a quienes se definen como trabajadoras sexuales, a la vez que denunciamos los modos de explotación y reducción a la servidumbre que implica la trata. Debemos construir ámbitos organizativos en los que cada voz sea audible y cada cuerpo cuente.
(…) Ni una menos, el Colectivo, surgió de transformar el duelo en potencia: vivas nos queremos. Eso sigue implicando resistir a los intentos de captura de nuestra voz colectiva y construir estrategias para corrernos del lugar en el que las interpelaciones públicas quieren ubicarnos: el de víctimas. Nosotras no nos reconocemos como víctimas –hayamos o no sido victimizadas– ni nos dirigimos a otras mujeres, incluso las que sufren o sufrieron violencia, como víctimas, sino como sujetas de creación, potencia de hacer, voluntad de transformación. La palabra víctima no es un adjetivo permanente: nos mueve el deseo de una historicidad biográfica de mayor libertad y autonomía. En ese sentido, desde el momento en que salimos a la calle, lo hacemos como sujetas políticas, con la enorme responsabilidad por las que ya no están y con el claro compromiso con las que están luchando para tener una vida que deseen vivir.
(…) Ni una menos no es un colectivo partidario, pero sí es político y articulamos con otros colectivos que se reconozcan en objetivos comunes, sin perder nuestra autonomía. Somos un colectivo que se construye a distancia del Estado y de los partidos políticos, de las empresas y del capital. Autonomía y transversalidad son necesarias para un movimiento de mujeres que propone reformas a la vez que sabe que debe cambiar todo.
Minerva Alcira Miljiker es el seudónimo de una periodista rioplatense con residencia en el sur del Gran Buenos Aires; con el mismo firma su arte pictórico, ilustraciones, poemas y cuentos.
Es además docente en escuelas secundarias en el área de Ciencias de la Comunicación.
Ha realizado varias exposiciones en distintos lugares, entre ellos El Galpón de Banfield, La Colorada de Adrogué, El Centro Cultural Padre Mugica y la Feria del Libro de Ciencias Sociales de la UBA; asimismo, participó en la muestra pictórica de ARTACA con dos óleos de caracter social (“Camino Muerto”, sobre una villa de BS AS, y “Niño”, sobre un niño de un comedor comunitario) y en la de Morphicos con la dupla de poema y cuadro sobre el loco picapelitos de Burzaco. Además, fue ilustradora de ANCCOM (Agencia de noticias de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires).
También ha publicado sus cuentos en distintos medios, tales como Comunicación Feminista (UBA), donde publicó ¡Por unos centavos!, cuento que le da nombre a su libro conceptualmente artístico, en Libros en Red, del cual forma parte el presente relato.