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Las leyendas son fascinantes porque la magia interfiere en la realidad. Mi tía Mabel, borracha en año nuevo, me contó que mi abuelo, jugador de Temperley y Deportivo Español, no llegó a convertirse en una leyenda del fútbol porque lo descubrieron teniendo un romance con la hija de un dirigente. Mabel dijo que la maldición se trasladó a mi papá. En su época, el teléfono no era un electrodoméstico común. El Club Atlético Independiente le había ofrecido una prueba para entrar a jugar ahí. El gran club de Avellaneda tuvo que llamar al teléfono de Pochita, una vecina, para concretar una prueba con papá. Llamarón, pero la envidiosa nunca hizo llegar el mensaje y mi papá perdió la oportunidad. No tengo certezas, pero tampoco dudas de que si la varita mágica del fútbol hubiera tocado a mi familia yo no hubiera nacido.

Si yo no hubiera nacido, las llaves no se hubieran trabado en la puerta de mi casa, no hubiera perdido el 278 y tampoco hubiera llegado tarde a mi primer día de trabajo. Eso hubiera evitado empezar mal la relación con mi nuevo jefe. Se llamaba Adolfo, era mala persona, desagradable, xenófobo, machista y todos los adjetivos que puedan describir a un monstruo. El primer día me preguntó: “¿Sos retrasada o no te anda el reloj?”. La misma semana me gritó: “¿Te podés poner maquillaje para tapar esa cara de muerta?”. No le hice caso, mi cara de muerta era lo único que tenía para molestarlo. Siempre se las ingeniaba con una nueva maldad, como si las doce horas de pie, atendiendo a fotógrafos desesperados por sus obras de arte o a las familias en busca de gigantografías de quinceañeras no fueran ya suficiente tortura. A Adolfo le encantaba hablar de Alemania y de sus métodos de trabajo. También nos contaba, como si fueran algo para admirar, las andanzas de su papá. Un almacenero que ponía pollos podridos en agua con sal para que parecieran en buen estado y así venderlos lo más caro posible. Lo único bueno que tenía Adolfo era su amor y sabiduría por el Rock Nacional.

La leyenda de la Salamanca dice que el infierno está en La Rioja, sospecho que debe tener un túnel larguísimo hasta “Foto Berlín” en Lomas de Zamora. A los tres meses de haber empezado a trabajar en el infierno me encerraba en el baño, lloraba, temblaba y ahogaba los gritos entre mis manos por apenas tres minutos. Con Adolfo cerca no existía la libertad de tener ataques de pánico sin límite de tiempo. Tenía solo tres minutos de recreo. El día que Adolfo tuvo el accidente me gritó delante de los clientes: “¿Estás con cagadera?, ¿por qué tardás tanto en el baño?”. Más tarde me pidió que me quedara sola en el local y se llevó a mis compañeras para darles una charla en el depósito. Una de ella me contó que Adolfo les pidió que no almorzaran conmigo, que no me hablaran, que no me miraran. “Necesito que la gorda entienda que no pertenece acá”, dijo. Él sabía que yo necesitaba la plata y que por eso no le escupía la cara como, dice la leyenda, hicieron otras cuatro chicas antes de presentar la renuncia.

El día que nunca voy a poder olvidar, Adolfo salió a almorzar cuando yo barría la vereda. Tiró un papel al piso y me dijo: “te faltó acá”. Mientras barría miré sus pies y pensé: “ojalá se muriera lento y agonizando”. Entré al local y salté del susto por el gran chillido de los frenos de un vehículo. Gritos sobre la Avenida Alsina. Mis compañeras se precipitaron y ya iban camino a la vereda cuando la mujer de Adolfo, que lo reemplaza todos los mediodías, nos gritó que nos quedáramos en nuestros puestos de trabajo. Después, me pidió que mirara por la ventana para decirles qué pasaba. Ví el cuerpo de Adolfo. Mi jefe estaba herido debajo del 278. Sin parpadear informé: “Debe ser el perro ciego de la esquina, era cuestión de tiempo para que un bondi se lo llevara puesto”. Seguimos trabajando. Al otro día, nos enteramos que Adolfo agonizaba en la cama de una clínica. Llorando le dije a mis amigas: “lo único que me falta es que ese monstruo tenga la suerte de morirse”. Ahora, la leyenda de los gritos de la Avenida Alsina dice que a Adolfo lo embrujó una chica con cara de muerta.


Datos del Autor: Me llamo Camila González Revoredo. Me apasiona la escritura, la fotografía y el cine. Son tres lenguajes diferentes, pero todos sirven para contar historias que es lo que quiero hacer en mi vida. Hice la carrera de Dirección de Cine en el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda. Para escribir y sacar fotos estudié en varios talleres, tanto en escuelas como en centros culturales. También me gusta investigar, ser autodidacta. Pero, creo que hay algo en el intercambio con las/los/lxs compañerxs que es fundamental para aprender. Me sigo capacitando, creo que estudiar es para toda la vida. Me obsesionan los diálogos, las personas que me rodean están acostumbradas a que me apropie de las conversaciones para convertirlas en imágenes. Cuando yo hablo lo hago en el podcast que tenemos con mis amigas.

Mis redes son:

InstagramFacebook, Email: camilagonzalezrevoredo@gmail.com, Letterboxd, Podcast en Instagram y Spotify

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