Palermo – Por María Elena Gómez

Palermo

Un barrio con historia. Malevos, cuchillos, tango, milonga. Ahora se yergue el Botánico, con sus inmensas arboledas y plantas traídas de otras partes del mundo, sobre la calle Santa fe.

Son pasajes, lugares secretos, donde uno se pierde en el tiempo. No es difícil de imaginar quién se sentó ahí en esos bancos debajo de sus añosos árboles, cargados de historias enredadas entre los anillos de sus troncos.

Muchos dicen, que el Botánico, formó parte de la finca de Rosas; de ser así, me gusta imaginar cómo fue esa época: las veces que habrá caminado por allí mirando el piso o se habrá sentado en algunos de los bancos (aún cuando quizás no sean los mismos de ahora), debajo de algunos de esos árboles, entonces jóvenes, que asombran a esta Buenos Aires.

Sobre la avenida Santa fe pasan miles de autos a diario, con apurados conductores que se impacientan esperando en el semáforo. Lejos está esta actualidad de la tierra de la finca de Rosas, ubicada en “los confines” de una Buenos Aires que empezaba a florecer. Una ciudad joven, con campo, río, carretas , y desafíos.

Al cerrar los ojos me parece verla: cerca habría alguna pulpería en la que los gauchos, hombres de campo, descansaran del hastío del trabajo duro de la tierra o de alguna batalla, de las tantas que se libraron a favor de algún caudillo de la región.

Al gaucho con el tiempo se lo definió erróneamente como vago, de pocas letras. José Hernández en el Martín fierro, dijo: “Debe trabajar el hombre para ganarse su pan, pues la miseria, en su afán de perseguir de mil modos, llama a la puertas de todos. Y entra en la del haragán”.

Seguramente, con los años, se habrían alzado además en la zona lugares prohibidos. Salones en los que se bailaba tango; reductos por los que circulaban los malevos, gente de clases bajas que apelaban a los cuchillos y vainas para resolver cualquier problema, y “damas de mala vida”, mujeres de bajos recursos que vivían ahí, en esa especie de burdeles, tales como “La Rubia Mirella”.

De ahí surgieron personajes tales como “un tal llamado Funes”, de Humberto Constantini o “Funes el memorioso”, de Borges. Relatos de gauchos, de malevos de Palermo, de bajo arrabal devenido en aristócrata.

Hay tantos cuentos y leyendas sobre Palermo. Tierra del poeta Evaristo Carriego, que veía el amanecer desde la calle Honduras, y que, quizás, se cruzaba con un joven Borges, que escribía en la calle Serrano.

Con los años las casas bajas fueron desapareciendo para convertirse en edificios de muchos departamentos. La naturaleza ha muerto cambiada por asfalto, luces, ruido, bullicio. Los campos que antes alcanzaban hasta donde diera la vista ahora son puro cemento. No hay carretas si no autos galardonados cruzando las calles. Y ya el tranvía se ido a dormir.

Ya no quedan tampoco lustrabotas ni canillitas vendiendo el diario e informando a la gente con los últimos datos.

Palermo sí que tiene historia. Una historia de gaucho, arrabal, malevos, y algo más…

Palermo dónde cantó Gardel, en la Buenos Aires de ayer.

 


María Elena Gómez nació en Buenos Aires, Argentina. Comenzó a escribir historias que representaba con sus muñecos a los ocho años y siguió haciéndolo siempre, en forma de improvisaciones.

Actualmente escribe poesías y teatro; y participa en talleres y concursos de ambos géneros. Dado su compromiso con la realidad y con las vivencias propias y ajenas buscando una mirada diferente, en sus poemas y escritos incluye temas tales como violencia de género, niñez, hambre y vulnerabilidad social.

Recientemente publicó su primera novela, Claudio, en la editorial Ex Libris. Sus poemas se pueden leer en su cuenta de Instagram, en la que los publica todos los días y también en su cuenta de Facebook.

 

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