“Llevamos meses hablando de estos temas”, dijo mi psicóloga y me intimó: “Es hora de que haga lo que tiene que hacer, no se convierta en un procrastinador”. ¿Qué cosa? ¿Procraqué?, pensé mientras afloraba mi aversión por los términos difíciles de pronunciar. “No sea otra de esas personas que dejan todo para después”, aclaró con una sonrisa.
Tal como imaginaba me mandó a googlear sobre dos teóricos del tema. Un filósofo por la Universidad de Stanford, John Perry, y un ingeniero checo, Petr Ludwig.
En efecto, procrastinar (verbo aceptado por la RAE que equivale a diferir, aplazar) consiste en dejar todo para algún otro momento, muchas veces indefinido. Con humor, Mark Twain nos dejó una frase famosa: “No dejes para mañana lo que puedes hacer pasado mañana”. Hoy, esta actitud es vista como un defecto, emparentado con la holgazanería.
El filósofo Perry creó la procrastinación estructurada para no abocarse a un complejo ensayo sobre filosofía del lenguaje que le habían encargado en Stanford, según él mismo explica al introducirnos en el tema.
Para Perry estos adictos a la dilación no son holgazanes sino personas que “consiguen hacer muchas cosas, dejando de hacer otras”. Por ejemplo, “cuidan el jardín o afilan lápices en vez de dedicarse a escribir un difícil ensayo universitario”. En otras palabras, posponen lo “más importante” y se entretienen haciendo algo “menos importante”.
La solución que ofrece Perry es bastante complicada, aunque original. Básicamente, consiste en “autoengañarse”. Del listado de pendientes (la famosa Do it List), aconseja poner arriba “proyectos ideales, que tengan una fecha límite clara (pero que en realidad no la tienen) y que parezcan importantes (pero que en realidad no lo son)”.
El filósofo se pone como ejemplo y cuenta que se entretuvo con su teoría mientras se atrasaba once meses en la entrega del ensayo sobre el lenguaje. Ante la demora, le escribió al decano para pedirle disculpas (un nuevo acto de postergación, admite) y ahí se dio cuenta de que no estaba tan atrasado como parecía.
En otra oportunidad, eligió jugar al ping-pong con sus alumnos en lugar de corregir una pila de exámenes. Asegura que le dio muy buena fama en la universidad a pesar de que no cumplía con los plazos. “Los plazos realmente apremiantes son los que vencieron hace una o dos semanas”, sorprende Perry.
Finalmente, en 1996, publicó el ensayo del “autoengaño” bajo el título How to Procrastinate and Still Get Things Gone. En 2011, recibió el IG Nobel de Literatura, la versión estadounidense del premio sueco, que “celebra ideas que primero hacen reír y luego pensar”.
Con espíritu japonés y base científica
Muy distinto es el enfoque del joven Ludwig, quien se convirtió en best seller con The End of Procrastination (2013). Sus argumentos combinan la sabiduría japonesa (vive en Nueva York, pero suele pasar algunos meses en su querido Japón cada año) con conocimientos de la neurociencia.
En una parte pregunta al auditorio “¿Por qué es tan difícil comenzar a correr mañana?” Y responde “porque surgen excusas: hace demasiado frío o demasiado calor, etc (…). Estos obstáculos provienen de la parte emocional del cerebro que domina a la racional”.
Los únicos que no sufren de procrastinación son los psicópatas, porque no están dominados por las emociones
Como expliqué en otra columna, las emociones suelen prevalecer. Ludwig coincide y agrega que los únicos que no sufren de procrastinación son los psicópatas, porque no están dominados por las emociones (calcula que es el 1% de las personas, ¡por suerte!).
¿Cuáles son las distracciones que por la vía emocional traban el camino racional a cumplir con acciones y metas? Bueno, desde revisar Instagram o Gmail, ver la serie de moda en Netflix o tomar una cerveza. Todo es más placentero que escribir el ensayo complicado, empezar a correr, estudiar para el examen o hacerse, de una vez por todas, la temida colonoscopía.
Claro que Ludwig admite que si estamos cansados no podremos luchar contra los obstáculos (sobre todo, los laborales). Entonces, aconseja hacer pausas para restablecer la fuerza de voluntad. Caminar un poco, practicar mindfulness o, simplemente, respirar profundo varias veces.
Por otra parte, propone entrenar al cerebro, como si fuera un músculo. Dar pequeños pasos, siguiendo la filosofía japonesa del kaizen. Entonces, en el ejemplo del running, no se trata de salir a correr, de golpe, cinco kilómetros, sino hacer unos pocos metros el primer día, para aumentar de a poco. Como dijo alguna vez Mao Tsé-Tung, “una larga marcha empieza con un solo paso”.
El análisis de Ludwig también incluye al concepto japonés de ikagi, donde confluyen nuestras fortalezas, nuestras emociones positivas, la ayuda al prójimo y entender cuánto dinero realmente es suficiente para ser feliz (menos de lo que pensamos). Los resultados no traen la felicidad, sino al revés, dice. Y agrega:
La motivación debe ser interna, no una zanahoria puesta delante de nuestras narices
Volví a sesión una semana después.
Mi psicóloga me preguntó si me había realizado la colonoscopía, si había comenzado a correr o si había decidido, por fin, alejarme de la gente tóxica que me rodea. No, me excusé. Estuve muy ocupado en un artículo sobre la procrastinación.
Publicado originalmente por Fernando Muñoz Pace en Dialektika.org