La vida, el éxito, el supermercado – Por Paola Machado Peralta

La vida, el éxito, el supermercado

“In the end, is not the years of life, but the life in the years”

Alguien que me habló mucho.

 

—Treinta años, ¿es mucho tiempo? —me pregunta mientras peina una de sus muñecas.

—Supongo que sí —le contesto.

—¿Te acordás de cuando queríamos ser astronautas?

Me río.

—¡Y de cuando bailábamos frente al espejo practicando para ser actrices o cantantes!

Suelta una carcajada. Deja su muñeca. Agarra una hoja, lápices de colores y se pone a dibujar. Se concentra. Intenta ocultarme su obra con el codo; frunce el ceño, saca la lengua, esboza una sonrisa. Hace un garabato en uno de los vértices, gira la hoja y desliza el dibujo hacia mí.

—También dibujabas —me dice con una mirada compasiva.

Las palabras se me apagan. Observo la hoja en mis manos. Amaba dibujar montañas.

Le acaricio un mechón de pelo, después la cara y le digo:

—Perdón por dejar de escucharte.

Copia mi gesto. Toma mi mano izquierda y se pone a jugar con mi pulsera.

—Yo nunca me callé. Siempre estuve ahí en cada una de tus locuras. Estuve en todos tus intentos, en las veces que te reíste a carcajadas y cuando te enamoraste hasta que te ardieron las tripas. Y vos no dejaste de escucharme. No somos actrices, tampoco somos astronautas, veterinarias o traductoras, pero si me hubieras callado… ¿te hubieras animado a ir a los lugares con los que soñábamos cuando jugábamos en el jardín de la abuela?, ¿todavía caminarías por la calle mirando cada detalle de las hojas de los árboles? Treinta años, ¿son tanto tiempo? ¿Cuánto de esos años viviste realmente?

Los niños, los borrachos y los locos siempre dicen la verdad, pienso. La nena tiene razón. En tres décadas, ¿a quién le fallé realmente? ¿A quién fallamos si cumplimos décadas sin una mansión (o al menos una choza) sin hijos, sin estar casados o casadas y sin perros? Nuestra humanidad, ¿se desintegra sin una pila de títulos universitarios o sin un auto propio? ¿A quién se le falla si uno prefiere coleccionar cosas que no se pueden tocar? ¡Mi brújula está rota! ¡Qué vergüenza!

Miro el dibujo de mis montañas. Los colores se diluyen, se convierten en letras y se ordenan en una lista de supermercado. Leo:

Secundaria

elegir vocación, ejercer vocación, elegir a alguien

casarse

tener hijos, tener perros, tener una casa

comprar papel higiénico, mermelada

anclarse a algo…

Me pregunto si la naturaleza nos pensó como seres o como carritos de supermercado. Nos exigen estar llenos, pero no nos enseñan la forma apropiada de hacerlo. Nos llenan de primeras marcas, harinas, artículos de limpieza, pero no se incluye nada nutritivo. Nos pesan como a un pedazo de carne y nos cotizan en rótulos. Buscamos felicidad en las góndolas como si fuera un producto acabado, perfecto, reluciente, que al fin le dará sentido a lo absurdo de la vida.

La lista se extiende a la brevedad de los días. Las montañas ya no existen. En su lugar solo hay una frase intermitente que dice Siga y no pregunte. El papel se me enreda en las manos, no me puedo soltar. Forcejeo. Quiero gritar, pero se me enrolla en la boca. Del placard salen zapatos de taco, una pollera de vestir, una camisa y un sobretodo negro. Alguien me tira del pelo, me hace un rodete y me maquilla. ¡Perfecta!, me dice. Me da una palmada en la cola y me entrega un reloj de arena. Giro el reloj y en la base está tallada la palabra éxito.

—¿Qué significa eso?  —pregunta la vocecita que me mira desde abajo.

—No tengo idea.

—No importa, ya lo vas a descubrir. Hay gente que empieza a vivir de grande.

“No son los años de vida, sino la vida en los años”


Redacción: Pao Machado Peralta

Foto: Şahin Sezer Dinçer

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