El ciempiés llamado Andrés – Por Minerva Alcira Miljiker

Dedicado a mi hijo Dante y a mi ahijada Mariela Evelyn

Había una vez un ciempiés llamado Andrés que tenía un primo que se llamaba Josefino. Vivían en un árbol de ciprés; cada dos por tres, Josefino y Andrés se encontraban, pasaban y charlaban; cada dos por tres, iban a la casa de su amiga llamada Martina.

Andrés, Josefino y Martina se querían mucho, mucho, mucho. Leían juntos, paseaban juntos, jugaban juntos, soñaban con un mundo mejor.

El ciempiés llamado Andrés un día se perdió, dio la vuelta a la quinta donde vivía y no pudo encontrar el viejo ciprés. Josefino, su primo, que lo quería tanto, tanto, tanto, se puso a llorar porque se desencontró y lloraba, lloraba, lloraba, decía: “¿qué habrá pasado con mi primo llamado Andrés. ¿Se habrá enojado, se habrá perdido, se habrá enfermado, se habrá ido?“. Sabía muy bien que la vida estaba hecha de presencias y de ausencias, de abundancias y de carencias, pero no imaginaba que su primo Andrés simplemente se había perdido. Entonces fue a ver a su amiga Marina y le dijo:

Estoy triste, muy, muy triste porque no veo al ciempiés llamado Andrés.

Quédate tranquilo —le contestó Martina—, un día de estos va a volver, porque cuando se quiere, se ama de verdad, tarde o temprano se vuelve, o por lo menos se busca para saber qué ocurrió con aquel que reconocemos como parte importante y fundamental en nuestras vidas.

Pero Josefino, que era medio, medio, medio lento en comprender, no podía entender las palabras de su amiga llamada Martina. Simplemente se paraba al borde del viejo ciprés y lloraba, lloraba y se preguntaba qué pasaría con su primo el ciempiés llamado Andrés.

 A todo esto, el ciempiés llamado Andrés daba vueltas, lloraba y lloraba y pensaba “¿qué pensarán mi amiga Martina y mi primo llamado Josefino, que no supieron nunca más de mí? ¿Habrán pensado que me enojé o que enfermé? ¿Que no los quería más? ¿Que alguien me invitó a pasear, o simplemente esto, que me perdí?”. Y se repetía: “algún día sabrán lo que en realidad me aconteció”.

El tiempo pasó, pasó y pasó, y Martina y Josefino, que esperaba aún a su primo el ciempiés, hablaban de este tierno personaje el ciempiés llamado Andrés. Martina tejía, tejía, tejía, y decía:

Hice cincuenta pares para cada uno de sus pies —decía Martina.

Y Josefino decía:

Nunca, nunca más lo voy a pelear, y nunca, nunca más le voy a decir que no lo quiero cuando me enojo, porque a veces cuando nos enojamos decimos cosas hirientes que en verdad no sentimos, porque nos sentimos heridos y queremos vengarnos y herir al otro.

Josefino recapacitaba y pensaba mientras añoraba su primo. Martina no cesaba de preparar sorpresas para su amigo el ciempiés: medias, mantitas, tortas, y decía:

Un día nos va a dar la sorpresa, y nos abrazaremos y nos amaremos como en otro tiempo sucedió.

El tiempo pasaba, pasaba, pasaba, y el ciempiés seguía dando vueltas, no encontraba la orientación para volver al viejo ciprés.

Un día Josefino recapacitó y pensó acerca de lo que habría pasado aquel día en que su primo desapareció, y empezó a dar vueltas, volando, volando y volando, porque el primo del ciempiés era un pájaro, una paloma y decía “tengo que buscarlo, no debe ser que se haya enojado, porque hubiese escrito una carta; no creo tampoco que alguien lo haya invitado a pasear o a tomarse una vacaciones, porque me hubiese avisado. Andrés se debe haber perdido“, y entonces Josefino sobrevoló la quinta y lo vio cansado, cabizbajo y abatido con cara perpleja buscando el rumbo en el sin rumbo y entonces bajó y le dijo:

¡Te amo, primo! ¿Qué pasó aquel día en que despareciste, que no supimos más nada de vos?

¡Cuánto te añoré y te soñé, a vos a mi amiga Martina! —respondió el ciempiés—: ¿Por qué no me buscaron antes? Hace tiempo que buscaba el camino al viejo ciprés.

Subite a mi lomo, que te llevo al viejo ciprés —dijo Josefino—, no sin antes pasar por la casa de Martina, que tiene cientos de regalos para vos, porque te ama como te amo yo. Somos tres, como los tres mosqueteros, todos uno.

Entonces lo llevó a la casa de Martina, vio cómo ella había cocinado un montón de galletitas y tortas para agasajarlo, vio cómo le había moldeado cientos de zapatos para sus piececitos, la manta y cientos de pares de medias para sus pies. Abrazó a su amiga Martina y le dijo cuánto la amaba, y ella le dijo que sabía que llegaría el día en que él volvería a casa y festejarían el Día del Amigo y se abrazarían y amarían como siempre.

Andrés se dio cuenta de que Josefino era además de primo un gran amigo, y Martina pudo ser feliz en festejar el Día del Amigo con el ciempiés llamado Andrés y con Josefino. Juntos comieron, bebieron y hablaron de nuevos proyectos, porque en toda amistad hay siempre nuevos proyectos: cosas para hacer, lugares y afectos que frecuentar.

El tiempo pasó, pasó, pasó la noche llegó, y otro día amaneció y encontró a los tres riendo y proyectando nuevas actividades para hacer juntos.

Estaban tan cansados de charlar, que Andrés se subió al viejo ciprés y se fue a una hojita a descansar. La paloma, su primo, Josefino se subió a otra ramita a reposar, mientras que Martina, la amiga ratita, se fue a su cuevita, que quedaba al lado del viejo ciprés, y se dijeron “hasta mañana“, aunque ya amanecía.

Se levantaron tarde, tarde, tarde porque estuvieron festejando la dicha de ser amigos. No les importó que no pudieran regocijarse del nuevo día porque estuvieron gozando de compartir los tres juntos su amistad. Ya sería otra cosa, otro día podrían disfrutar de la nueva mañana, simplemente esa noche en que ya no era más noche porque había comenzado el nuevo día pudieron ser felices simplemente en estar los tres juntos. Se dijeron “hasta mañana“, y “otro día nos encontraremos” con el ciempiés llamado Andrés.

 


Minerva Alcira Miljiker es el seudónimo de una periodista rioplatense  con residencia en el sur del Gran Buenos Aires; con el mismo firma su arte pictórico, ilustraciones, poemas y cuentos.

Es además docente en escuelas secundarias en el área de Ciencias de la Comunicación.

Ha realizado varias exposiciones en distintos lugares, entre ellos El Galpón de Banfield, La Colorada de Adrogué, El  Centro Cultural Padre Mugica y la Feria del Libro de Ciencias Sociales de la UBA; asimismo, participó en la muestra pictórica de ARTACA con dos óleos de caracter social (“Camino Muerto”, sobre una villa de  BS AS, y  “Niño”, sobre un niño de un comedor comunitario) y en la de Morphicos con la dupla de  poema y cuadro sobre el loco picapelitos de Burzaco. Además, fue ilustradora de ANCCOM (Agencia de noticias de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de  Buenos Aires).

También ha publicado sus cuentos en distintos medios, tales como Comunicación Feminista (UBA), donde publicó ¡Por unos centavos!, el cuento que le da nombre a su libro, el cual está próxima a lanzar en Libros en Red.

Se la puede encontrar en sus redes: Instagram y Facebook.

 

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